Gárgolas insomnes

Agosto 31 de 2007

Acapulco: el nombre de la noche

Sexo, sudor y dinero

Un día antes de salir a la Ciudad de México fui a comprar mi boleto de camión a la terminal de avenida Ejido, en la colonia Hogar Moderno, y el taxista, que era un ruquillo de lo más platicador, me dio un paseo casual por lo que fuera en otros tiempos muy otros la Zona Roja o "de tolerancia", como todavía le llaman. "Aquí estaba La Huerta", comentó cuando pasamos por un lote con altas bardas y una inmensa puerta. "Era un centro nocturno muy importante, con dos burdeles en el mismo terreno y estacionamiento propio con aire acondicionado para los taxis".

-Lo conocí... vine una vez hace más de veinte años. Uno de los congales era una enramada con música viva para bailar y otro era una gran barra sobre la que hacían sus números nudistas las bailarinas; se entraba por un arco y alrededor de los antros había como cincuenta búngalos.

-Sí, joven. Así fue hasta que abrieron los table dance en zonas más céntricas o sobre la costera y todo esto se vino abajo.

Pasaba el medio día del domingo. Yo tenía tres semanas en Acapulco y no había venido a esta clase de lugares. En mi camino una noche de regreso al hotel, pasé por el León Rojo y me detuve a ver la lista de precios en la entrada. Todo era alcohol; no vendían refrescos solos ni jugos ni agua natural... tampoco leche (como la que pedía Carlos Monsiváis en las cantinas, de donde lo echaban a patadas) ni café con leche ni chocolate caliente ni tesito... vaya, ni siquiera horchata o tepache, que es una bebida fermentada, como el pulque; por lo que un pobre abstemio solitario como yo no tenía ninguna posibilidad aquí. Ni modo, pensé. Tendré que conformarme con las discos y demás antros fresas si quiero conocer la vida nocturna de Acapulco para actualizarme.

Pero en mi última noche porteña tomé un taxi de nuevo a la zonaja. "A lo que queda de ella", le indiqué al taxista. "Pura cantinita", comentó el segundo ruquillo del día, el primero de la noche.

-¿Y hay show allí?

-¡No, joven! Si quiere usted show, váyase al León Rojo, al Tabares o al Kisses. En La Zona queda nada más uno que otro tugurio rascuache para echarse una chelita y, si acaso, bailar con mujeres baratonas que están para el arrastre, además de un antrucho donde puro joto. Y tenga usted cuidado, porque en la calle no hay luz ni vigilancia y abundan las ratas.

En efecto, el otrora edén marginado es ahora la boca del lobo y está para llorar. No es broma que la calle, hace siete años pavimentada por fin, tenga el significativo nombre de Malpaso.

Nomás bajé del taxi y, entre voces lascivas y tristes de mujeres que, sentadas a las puertas de unos cuantos lupanares de mala muerte y vida peor, me llamaban en la penumbra -"ven, güerito, vente conmigo"-, entré al primer tugurio que se me puso enfrente y, vaya suerte de perro, estaba vacío. Detrás de mí, entró un ruquillo, el tercero del día, el segundo de la noche, y le pedí un refresco, a ver qué cara ponía, pero su expresión siguió siendo la de tedio que echa raíces. "Está muerto aquí hoy", le dije. "Hoy y siempre", contestó él con amarga resignación, así que le pregunté desde cuándo.

-Desde que metieron la carretera y nos quitaron la policía. Peor cuando no hay luz. ¿Quién va a venir así, con tanto malviviente? Antes venía mucha gente de la marina y el ejército. Hasta gringos y europeos venían. Ahora ni las moscas se paran por aquí.

Escudriñé el lugar y, efectivamente, no había moscas, solo zancudos y cucarachas entre los vasos que descansaban bocabajo sobre una franela percudida, los miasmas indolentes y la deprimente soledad de las paredes escarapeladas y olorosas a humedad y pena. Una muchacha morena y estragada, tragada por "la voracidad implacable del olvido" y aburrida quizá desde que vino al mundo, entró con una ombliguera escotada y una falda muy breve a pedirme un cigarro. "No fumo", le dije. "Préstame dos pesos, pues". Los echó a la sinfonola del fondo del túnel y surgió la música a todo volumen entre las sombras de la noche y las aspas del ventilador.

De haber sabido... El mercado sexual acapulqueño cuenta con rutas alternas desde hace más de veinte años y una de ellas se encuentra en pleno centro del puerto, a dos cuadras de la costera, para mayores señas, detrás de Comercial Mexicana. Esa "es nueva, apenas tiene seis años", aunque ya ha causado quejas de los vecinos, según el taxista que me sacó a media noche de la decadencia, para lo cual tuve que atravesar la sórdida oscuridad a pie hasta la avenida. Bajé del taxi en esta otra zona y la recorrí caminando, pero no entré a ninguno de sus tugurios. Ha de ser para la próxima, decidí en el límite de mi energía; "para la próxima", o sea, cuando pase de los sesenta años, si tardo en regresar lo que tardé en esta ocasión... al cabo averigüé en un solo día, con entrevistas, investigación de campo y demás, que hay tres zonas relativamente nuevas de comercio sexual en Acapulco, aparte de la antigua Zona Roja que, al parecer, existe desde hace un siglo y fue reubicada tres veces hasta los años cuarenta.

A principios del siglo pasado, la Zona Roja estaba en el centro, en la calle Escudero, de donde fue enviada dos cuadras más adelante, a Álvaro Obregón, luego a la calle Aquiles Serdán y, finalmente, a Malpaso y Aguas Blancas, en Hogar Moderno, que entonces estaba en la salida de la ciudad y ahora es un conglomerado habitacional y paso obligado para llegar a muchos lados, sobre todo por los rumbos de Pie de la Cuesta. Paradójicamente, la zona que surgió en el centro y después se alejó hasta quedar en la periferia, fue rebasada por el crecimiento urbano desde hace dos décadas, cuando surgieron además los table dance y comenzó a redefinirse la ubicación de las zonas actuales, una de las cuales está en el centro de nuevo, es decir, en el lugar de origen.

En 1941, cuando la "zona de tolerancia", como también le llamaban, fue reubicada definitivamente, hizo su aparición el cabaret Río Rita, que es el precedente familiar de La Huerta y en su lugar está hoy el bar Arcelia. Durante los años sesenta y setenta, los principales cabarets de la zona fueron Río Rita, El Burro y Tíboli, de donde salían los noctámbulos a prolongar la parranda hasta la una o dos de la tarde en el 13 Negro, que abría sus puertas a las tres de la mañana.

La Huerta, cuyo terreno albergó simultáneamente al Afrocasino, vivió de 1960 a 1992, y sus últimos años marcaron la transición entre los cabarets y los table dance que surgieron a mediados de los ochenta por todas partes sin regulación alguna.

Junto a los cascarones vacíos y las ruinas de glorias pretéritas, entre "cantinitas" con sinfonola, como Lluvia de Plata y otras, en la zonaja quedan tres congales con pista para bailar, que son El Zarape, Arcelia y Tamikos.

Además de la zona del centro, desde hace también unos seis años, entre la costera y avenida Cuauhtémoc, detrás de Bodega Gigante, está La Zonita, así llamada porque allí concurren los antros Kisses, Tabares dos, El Sombrero uno y El Zarape dos. El Tabares uno se encuentra en la calle Bella Vista, a unos pasos de la Diana Cazadora y la playa Condesa. Junto a ese antro, en la esquina con Paseo del Farallón, hay otro que forma parte del mismo negocio y se llama Chicas. Ambos son table dance. Un anuncio espectacular sobre la azotea de este último parece más bien publicidad de lencería, pero es la foto de una modelo de Playboy que, acostada bocabajo, luce originalmente las nalgas desnudas, mientras que aquí viste un negligé de seda transparente que, probablemente a petición de las pintorescas "autoridades" locales, alguien encimó a la piel trigueña.

Tabares, Piratas y León Rojo están entre los primeros table dance que hicieron olvidar la Zona Roja al instalarse en puntos privilegiados. El León Rojo, por ejemplo, se encuentra precisamente sobre la avenida costera en una zona céntrica, que es la esquina con 5 de Mayo, cerca del Fuerte de San Diego.

Pero más allá de la antigua zonaja y las tres zonas actuales del mercado sexual acapulqueño (Comercial Mexicana, Bodega Gigante y Diana Cazadora), en realidad, la "zona de tolerancia" empieza en la entrada de la ciudad y termina en la salida. A lo largo y ancho de la costera, hombres y mujeres ejercen abiertamente la prostitución, y un servicio de "masajes" la disimula. Sobre la avenida Miguel Alemán, en la Zona Dorada, transexuales y mujeres de verdad exhiben de noche sus enormes traseros empinándose durante horas en coches estacionados, además de los establecimientos, como el Paraíso, en la misma avenida, para "masajes" a plena luz del día. En estos casos, las jóvenes "masajistas" atraen a la clientela desde la calle.

El periódico Novedades de Acapulco, por su parte, publica diariamente más de sesenta anuncios de "masajes" con todo incluido, desde los que ofrecen "absoluta discreción", "lenguas traviesas", "anal fantasy" y "lluvia dorada", hasta los que dan servicio a domicilio.

La zona de antros gay está en tres calles transversales a la costera, entre la Diana Cazadora y el Club de Golf. En Piedra Picuda está la disco Picante y el Cabaretito. En Loma del Mar se encuentra El Relax, y en Avenida de los Deportes hay tres antros que forman parte del mismo negocio, uno con show travesti y los otros dos con stripers.

El Relax, que tiene show travesti y más empleados que clientes, cuenta con un güigüi o "promotor" que engatusa con mentiras a la gente para que entre y, si alguien sale solo, el personaje ya no es güigüi sino chichifo y ofrece "un beso negro", "algo de leche fresca", "te culeo, me culeas", "placer garantizado". Claro que para entonces ya mezcló tachas con alcohol, entre otras cosas, y hay que tolerarlo (no le rompas los huesos cuando lo veas).

En lugares como Demas Factory, Savage o Moon, que están juntos, a unos pasos de la costera, hombres y mujeres pagan por tener su encerrona con alguno de los musculosos y superdotados stripers, es decir, un "privadito", como le llaman estos seres físicamente desproporcionados, producto de muchas horas diarias en el gimnasio, inyecciones de hormonas y esteroides, y consumo habitual de poperts y viagra.

Según el administrador de Picante, un antro gay con cierto prestigio (aun cuando tiene como vecino al Cabaretito desde hace unas semanas), si algo ha prostituido las relaciones sexuales en Acapulco es el turismo gringo, que paga lo que sea por lo que sea, de tal suerte que la oferta obedece a la demanda.

Al parecer, todo gira alrededor del sexo en Acapulco y todo es negocio, lo cual hace del puerto en su conjunto un prostíbulo inmenso, un putero gigante y diverso, que dejó en el pasado de su diversidad el tipo de centro nocturno representado en su momento por La Huerta y el Afrocasino, donde todo era único, pues los table dance copian a pies juntillas el estilo gringo de burdel. Pero más que la falta de originalidad, lo que hace diferente del cabaret a un table dance es el dinero. Aunque un letrero en la calle dice que, "si el servicio no es bueno, la casa invita el consumo", estos antros son tan caros que su clientela termina pagando hasta las mordidas que dan los dueños a las "autoridades sanitarias" por sus facilidades para que el comercio sexual de lujo siga proliferando y nada lo detenga.

Los table dance se llaman así porque supuestamente una mujer baila desnuda sobre la mesa, pero en realidad tienen una pequeña pista y un tubo, como puede verlo cualquiera en muchas películas gringas y algunas mexicanas. En México, esta clase de lugares suele servir para la trata de blancas y el lavado de dinero que proviene del crimen organizado. ¿Por qué habría de ser una excepción Acapulco, donde las "autoridades" conceden permisos indiscriminadamente con sospechosa facilidad y el recurso de la mordida hace imposible poner cotos a nada?

Así como hay un Oxxo en cada esquina y un 100% Natural en cada semáforo, de continuar este fenómeno, dentro de poco habrá un güigüi, un chichifo y una puta en cada módulo de información turística (de hecho, algo hay de eso ya). Por lo pronto, las "autoridades" municipales reconocen más de 200 negocios como "lugares donde se ejerce la prostitución". ¿Estará incluida en esa cifra la gente que ofrece sus servicios sexuales caminando por la calle o la playa? ¿Serán tomados en cuenta los intermediarios? Seguramente, la sex shop del zócalo y las casas de citas tradicionales, también llamadas "quintas", han sido censadas por el desgobierno local, pero dudo mucho que su ridícula cifra incluya, por ejemplo, a la suripanta cincuentona que promueve la especialidad de chichifos adolescentes entre homosexuales extranjeros de la "tercera edad" en la zona conocida como Las Piedras de la playa Condesa, frente al hotel Fiesta Americana.

En fin. ¡Muera la nostalgia! ¡Viva la promiscuidad!

[] Iván Rincón 3:38 AM

Agosto 26 de 2007

Escenas de la vida en Acapulco

Una noche en el centro de esta ciudad de ruido

Y al final, números rojos en la cuenta del olvido, y hubo tanto ruido que, al final, llegó el final... tanto ruido y, al final, por fin el fin... y con tanto ruido no escucharon el final... y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar... tanto ruido y, al final, la soledad.

Joaquín Sabina

Acapulco, Gro. Sábado en la noche. Tengo dos semanas de haber llegado a lo que se conoce como Acapulco Tradicional, después de siete días en la llamada Zona Dorada, donde prácticamente no existe queso Oaxaca, entre otras cosas, ni se dice quesillo (¿que's eso?), y es imposible conseguir un jugo de naranja o zanahoria, sobre todo recién hecho, pasadas las tres de la tarde (salvo en un 100% Natural), así cueste de veinte a treinta pesos, como en la mañana.

Aquí, en cambio, hay de todo... vaya, hasta acapulqueños hay aquí, y nada más "tradicional", pintoresco y popular, que el zócalo de este puerto, en donde concurren al mismo tiempo turistas mexicanos y extranjeros, boleadores de zapatos y vendedores de boletos para una vuelta en yate, payasos callejeros y público ambulante, meseros y comensales, taxistas y más taxistas, policías y ladrones (incluso uno que otro ladrón que no es policía), pájaros y murciélagos.

Las muchachas que atienden hasta las once de la noche el local de jugos, licuados y demás (tortas de quesillo, por ejemplo), al principio malinterpretaron mi recurrencia, especialmente al darse cuenta de que los muslos de una de ellas me excitaban tanto como los de Lisa Marie Scott, pero después entendieron que yo podía vivir, más o menos mal, sin meterme entre los muslos de Lisa Marie Scott y sin morder sus chamorros, pero no sin beber jugo de naranja o zanahoria y sin comer queso Oaxaca.

22:30 P.M. Una vez alimentado, como de costumbre, voy por dinero al cajero automático y, de paso, observo que los puestos de artesanías que algunas mujeres indígenas despliegan en el suelo, entre las bancas del kiosco y la banqueta, duran lo que tardan en llegar los gendarmes a levantarlos; por lo menos, así fue hoy.

Un enorme y luminoso yate con ambiente de fiesta pasa lentamente hasta casi estacionarse frente al muelle, al otro lado de la costera, y me recuerda una noche de hace treinta años en que el grupo musical de a bordo acompañó a mi papá en un palomazo con una canción suya. Recuerdo que mi papá cantó descalzo y que, una vez en tierra firme, tiró al suelo un cigarro prendido que yo levanté y me fumé caminando a sus espaldas.

En una de las entradas a Bancomer, la que funciona únicamente de día, sobre la avenida, duerme un grupo de indigentes que se pelea cada noche por los márgenes de la escalera, y los perdedores ocupan los peldaños; en la otra entrada, la del cajero automático, a la esquina de la plaza pública, un grupo de "locas" hace hasta el ridículo para llamar la atención de los hombres que pasan solos por allí.

De un lado del kiosco, una mujer madura canta bien afinada desde su asiento "bésame, bésame muuucho", ante un público más o menos disperso, mientras que, del lado opuesto, otra mujer camina entre las mesas exteriores de un restaurante italiano y, micrófono inalámbrico en mano, succiona su pantalón por detrás y por delante, desentonando "algo del señor José José".

23:00 P.M. Al alejarme del bullicio sabatino y acercarme al Café Astoria, donde ya no hay servicio y las empleadas hacen el aseo antes de retirarse, mejor canto yo: "acapulqueña gringa (sic), acapulqueña".

Este otro rincón de la plaza, el viejo Astoria, con sus mesas de mármol y sus sillas de hierro, goza de una tradición arraigada como el amate centenario que lo arropa. Aquí los personeros del poder local suelen dar conferencias de prensa, y algunas ancianas, de esas que acostumbran alimentar a las palomas, tienen apartado un lugar y pedido el consumo de sus días restantes.

En el edificio contiguo, que también rima con antiguo, hay una escuela de baile con música tan estridente que cimbra las ventanas de los alrededores hasta las once de la noche, así como un gimnasio de donde salen mujeres esculturales y vanidosas en leotardos y mallones, lo mismo que hombres en pantalones cortos y camisetas sin mangas, mamados y mamones.

23:15 P.M. Del Astoria camino a la basílica de Nuestra Señora de la Soledad, que está a unos cuantos pasos, y sigo de largo; este lugar es uno de los principales atractivos turísticos del Acapulco Tradicional, pero yo, ni por asomo, soy un buen turista y, ni por asomo, se me ocurre entrar... al cabo está cerrada.

Es la hora de los murciélagos, que miden unos veinte centímetros con las alas desplegadas y despiertan a las siete de la noche, cuando las palomas comienzan a replegarse, mientras miles de gorriones ocupan los cables de las calles adyacentes y cientos de zanates hacen su estrepitoso arribo a los árboles de costumbre en la costera (frente a Farmacias de Francia, por ejemplo).

De día, como en cualquier plaza pública, las palomas caminan entre la gente sentada que les arroja migajas y alpiste, vuelan y cagan desde lo alto; de noche, duermen y siguen cagando; estos animales, por lo visto, no trabajan, pero eso sí, ¡cómo cagan!

Algunos jóvenes se agrupan alrededor de la media noche en la banca que encuentran menos cagada; platican y ríen, intercambian arrumacos y cantan en compañía de una guitarra. Al final, en la plaza no quedan más que malandrines y un precario puesto de esquites asesinos de malandrines.

Y hubo tanto ruido que, al final, llegó el final...

00:10 A.M. Ha llovido y escampa. El ruido amaina también, pero nunca cesa. Como el eco del mar en un caracol, el rumor del puerto arrulla la noche. Bajo el fulgor del cielo despejado, la soledad ronda en el muelle. Una mujer sigue cantando en la planta alta (que es el bar) de un restaurante. Sobre la avenida, una fila de taxis.

Durante las noches anteriores recorrí los antros de la Zona Dorada y, mientras estuve hospedado allí, regresé corriendo por la costera para oxigenar de nuevo el cerebro y desintoxicar las vías respiratorias del humo de cigarro y el bióxido de carbono encerrado entre paredes de espejos que multiplican un juego de luces tan embrutecedor como el estruendo que llaman música... lo bueno es que ya no bebo.

Y hubo tanto ruido que, al final, bajé tres kilos.

Pero esta noche la dedico al centro de la ciudad, que no está precisamente en el centro (de hecho, está en la orilla), pero así lo llaman porque aquí surgió Acapulco antes que ninguna otra ciudad de Guerrero y se extendió a lo largo de la bahía y después tierra adentro hacia la sierra y ahora, que está sobrepoblada y se desborda, busca desesperadamente una salida por los rumbos de Puerto Marqués, en la zona conocida como Acapulco Diamante.

Pero esta noche -decía- es para el Acapulco Tradicional, a donde me he mudado porque los hoteles son diez veces más baratos que la Zona Dorada, pero están diez veces más contaminados, en parte por el escándalo que se genera en la calle y el veneno que se respira en la calle y la basura que se acumula en la calle, y en parte por el humo de cigarro y el ruido de televisores y radios que sale de los cuartos, y el sonoro aspaviento de los ventiladores, a falta de aire acondicionado, y la pinche bulla, la bullanga alharaquienta, la continua bullaranga, el vocerío y la gritería de Acapulco en la azotea... y la lluvia.

Y con tanto ruido no escucharon el final...

Como si no fuera suficiente con los camiones de transporte público llamados urbanos, con su "luz y sonido" a bordo y su oscuro rastro de emanaciones tóxicas, su demencial pandemonio y todo lo detestable de los microbuses defeños, pero en grande... lo bueno es que ya no fumo.

Hay camiones turísticos que, por un peso más, hacen la diferencia entre aquella pesadilla infernal de cuarto mundo y un servicio de primera clase y alto nivel, con aire acondicionado y asientos reclinables, todo impecable y sin ruido, pero estos modernos y confortables remansos de urbanidad son tan escasos como suelen ser los oasis; a cambio del contraste, si el precio del pasaje (5.50) es justo, entonces los "urbanos" deberían cobrar un peso y pagar multas millonarias por el daño colateral que hacen a la ciudad y sus visitantes.

Hay también taxis "colectivos" que viajan principalmente por la avenida costera y la carretera panorámica entre Acapulco Dorado y Acapulco Diamante; cobran diez pesos y están bastante bien, salvo porque ponen/imponen su música a todo volumen (Luis Miguel y otros zumbidos, pa'cabarla de amolar) y no llegan hasta el zócalo, acaso porque aquí es territorio naco.

Y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar...

01:00 A.M. Llueve de nuevo. Si esta especie acapulqueña de silencio me lo permite, hay que dormir temprano hoy, porque mañana, que ya comenzó, es mi último día en este ruidoso puerto y, aunque no sea el turno de los suculentos muslos al estilo de Lisa Marie Scott, quiero desayunar donde los jugos y probar las enchiladas que venden allí, si pueden hacérmelas de quesillo en vez de pollo; basta ya de omelet en el Astoria, donde el café "ligero" es tan pesado que, por más azúcar que le echo, acabo pidiendo que lo rebajen.

Además, como no me quedan fuerzas para seguir haciendo ejercicio de noche, prefiero levantarme temprano (digamos, a las nueve o diez) y adelantarme por una vez a las mujeres que hacen el aseo de los cuartos y abren la puerta siempre sin tocar nunca y me sorprenden en pelotas; obviamente, con este calor, no voy a dormir en piyama o ropa interior para que esas viejas mañosas no vean lo que no deben.

Al anochecer, después del último baño de sol, entraré al bar que, desde afuera, parece camarote y aparece bajo la tempestad en un sueño recurrente, a ver si es como el de mis pecados de hace veinte años en la Zona Rosa de la Ciudad de México, y surge una relación apasionante al calor de un agua embotellada o un jugo de piña o jitomate.

Ahora que he conocido nuevamente lo tradicional y lo dorado y adorado de esta ciudad porteña, aunque no estuve mucho tiempo en Acapulco Diamante, cuando regrese a la tranquilidad de mi pueblo, escribiré sobre Acapulco por zonas y empezaré desde luego por la Zona Roja, ñaca ñaca.

Finalmente, durante una semana en la Zona Dorada, llegué a la conclusión de que los acapulqueños no conocen Acapulco y, al cabo de las dos semanas siguientes en la Zona Tradicional, concluyo que Acapulco en general no es un lugar propicio para el descanso; quizás para perder peso... y salir sin un centavo.

[] Iván Rincón 10:33 PM

Julio 10 de 2007

Letras Libres en la Cineteca Nacional

En la Cineteca Nacional hay ejemplares gratuitos de Letras Libres, lo cual me plantea varias posibilidades: a) que la revista de los Krauze y compañía no se vende y hay que regalarla para que alguien la lea; b) que el público de la cineteca es demasiado culto como para leer esa cosa y nomás regalada llega a sus manos, lo cual no quiere decir que la lea; c) que García Tsao está compartiendo un regalo que le hicieron los Krauze por hablar bien de ellos; d) que García Tsao compró un lote de Letras Libres a cambio de que los Krauze hablen bien de él...

En fin. Variando y desvariando las posibilidades, se me ocurre que, según los Krauze y su mafia, el público de la cineteca simpatiza con García Tsao y su mafia (lo cual sería tanto como creer que el público de Radio Educación simpatiza con Lidia Camacho y su mafia). Quizá los Krauze fueron a ver una película del ciclo de "humor irreverente" y, al escuchar las estúpidas risas, pensaron que allí había lectores potenciales de su revista. Quizá fueron a ver alguna de las grandes obras que destrozan allí olímpicamente y con total impunidad y, al observar que nadie protestaba, se dijeron: "Han de ser adeptos de nuestra causa".

Lo cierto es que Letras Libres debería llamarse más bien Letras Liberales o, mejor aún, Letras Neoliberales. De tanto promover la aniquilación del mundo árabe en aras de la comodidad judía y mostrar el cobre de su ideología y reaccionar cada vez que algo acciona y comprar mercenarios de "izquierda" (neutros, tibios, ambiguos, acomodaticios y demás por el estilo) para su ejército de intelectuales de derecha, tan hábiles en el mimetismo camaleónico como diestra es la CIA en el oficio de infiltrarse y destruir desde adentro todo lo que se mueve con vida propia... De tanto ir el cántaro al agua, decía, al fin se rompió. O ¿alguien ha olvidado el episodio de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara (2002), "secuestrada por la delegación cubana" (Krauze dixit), cuando el público se enteró de que la revista Encuentro, contraparte de Letras Libres, tenía financiamiento de la CIA, y su director, punto menos que un genio, envió una carta a La Jornada y otros diarios aclarando que su relación con la agencia de "inteligencia" gringa era indirecta? O sea, sí pero no mucho, nomás tantito. ¿Por qué no suponer entonces que los Krauze y Cía. reciben, por su parte, dinero del Mossad?

Cuando Enrique Krauze propuso que México participara en la destrucción de Irak a cambio de un acuerdo migratorio con el gobierno gringo, un antiguo colaborador suyo me dijo que, si algo buscaba este personaje, no era la embajada de México en Estados Unidos o por lo menos un consulado (un consolador, en su caso) para luego invertir los papeles, como hacen los traidores y como anunciaba y denunciaba yo, sino simplemente asegurar su visa y la de su familia. ¡De ese tamaño es la mezquindad de esta gente! O ¿alguien ha olvidado que el "historiador" recomendó la amnesia con respecto a los crímenes del pasado (68, alconazo, guerra sucia...) para empezar una nueva vida "democrática" sin rencores?

Los Krauze y Cía. son partidarios de asesinar niños y mujeres en Irak y donde sea, siempre que sean árabes. Letras Libres promueve, desde la "cultura" (como llaman a la imbecilidad que infesta la televisión y la radio, los periódicos y las revistas), la "libertad" como eufemismo de la destrucción del planeta y la degradación humana, la militarización con patrañas como las de Bush y Calderón (la pesadilla de Orwell), la intervención gringa en México, el capitalismo en Cuba...

Antes de escribir estas líneas, busqué el índice del ejemplar que tomé del mostrador en la dulcería, toleré ocho páginas consecutivas de publicidad a cuatro tintas, confirmé que Gustavo García, desde hace años, no escribe más en este pasquín de lujo y lo eché a la basura o, mejor dicho, lo junté con la demás. Estoy seguro de no haber privado a nadie de la libertad de leer lo que ahí se dice porque, al salir de la sala de cine, había casi la misma cantidad de ejemplares que cuando llegué y nadie, ni siquiera por el vistoso nombre de Vargas Llosa, quiso llevarse. Por lo visto, el público cinéfilo que concurre en este recinto no es admirador de los Krauze.

[] Iván Rincón 4:14 AM

Julio 6 de 2007

Por fin he visto El violín, de Francisco Vargas. Con su desorganización habitual y la presencia del director y varios actores (entre quienes brilló por su ausencia don Ángel Tavira) y colaboradores, la Cineteca Nacional exhibió hoy la película con una copia mala y en un formato que, por gestión de los realizadores, será otro la próxima semana. La película me gustó, pero coincido con Hermann Bellinghausen en la apreciación de que Francisco Vargas no tiene mucha idea de qué es una guerrilla ni una comunidad indígena (aunque él mismo dice a los cuatro vientos que su mujer es etnóloga... ¡ah, bueno!).

Después de la función hubo una charla entre el director y el público (afortunadamente, no estuvo presente Leonardo García); los actores y demás hicieron un papel de comparsas, y Francisco Vargas se mantuvo a la defensiva, me parece, o es más bien un soberbio, impermeable al más mínimo reclamo. Después de felicitarlo por la aceptación del público y la crítica, le pregunté si el relato de don Plutarco ("en el inicio de los tiempos", etcétera) estaba inspirado en el viejo Antonio, y contestó, en resumidas cuentas, que así como el viejo Antonio estaba inspirado en el Popol Vuh y la cosmogonía maya, el relato de don Plutarco tenía un valor universal, por lo que supongo -eso no se lo pregunté- que el viejo Antonio, según él, es un personaje inventado por el subcomandante Marcos. Le dije que me había molestado particularmente la secuencia en donde entrenan igual y al mismo tiempo, como en un juego de espejos, el ejército federal y la guerrilla, como si fueran la misma cosa o pudieran equipararse de esa forma, y contestó que quizá la guerrilla que yo conozco no es así, pero la que él conoce sí. Le pregunté qué opinaba de las críticas de Bellinghausen en el sentido de que un ejército de ocupación en una región indígena tenía como principales aliados a la prostitución y el alcoholismo, y que difícilmente un grupo guerrillero conseguiría sus armas en el mercado negro acudiendo a una cantina-prostíbulo, y contestó que no tenía porqué apegarse a la realidad, que era una película, no un documental. Y al señalamiento de que su película mostraba a los indígenas como ingenuos y torpes, contestó que no eran indígenas ni torpes, que era la historia de un señor que quiso ayudar a su gente y cometió un error.

Entre otras cosas, me faltó hacer un comentario sobre la pistola que los soldados le dan a don Plutarco, "pa' que se eche un taquito en el camino". Que alguien me explique eso, por favor, que no lo entiendo y, por más interpretaciones que le doy, ninguna me convence, como tampoco me convence la apasionada defensa que hace Francisco Vargas de su trabajo.

En fin. Me quedé con la impresión de que, en vez de hacer una buena película, su director y guionista quiere convencer personalmente al público mexicano de que hizo una buena película (el reconocimiento internacional lo respalda). Yo diría que es un trabajo interesante, pero que su autor haría bien si fuera más receptivo, si estuviera más abierto y aceptara las críticas, porque son válidas y son muchas. Al final de la charla, que fue bastante larga, se le salió su yo con una broma por demás elocuente y torpe, como sus personajes campesinos que no son indígenas ni torpes. Dijo: "Si les gustó la película, recomiéndenla, díganle a la gente que venga a verla, y si no les gustó, cállense, no digan nada".

Sobre todo por el fenómeno actoral de don Ángel Tavira, a mí sí me gustó la película... pero no mucho, y por eso lo digo.

[] Iván Rincón 11:29 PM